9 abr 2015

Reserva moral de la humanidad: El derrumbamiento de la falacia

Desde su asunción al poder, el MAS introdujo un discurso indigenista que buscaba posicionar la imagen de Evo Morales como un líder de alcance mundial cuya principal ventaja diferenciadora era el hecho de “ser indígena”. Entre 2006 y el presente, este discurso fue mutando bajos dos corrientes distintas.

Una corriente es aquella que ha profesado la “utopía precolombina” que afirma que los quechuas, aymaras y guaraníes vivían sin mayores conflictos, casi en un estado de armonía y felicidad hasta antes del arribo de los españoles. Ama sua, ama llulla y ama quella eran las leyes de convivencia que regían dicho mundo utópico y fueron los invasores quienes introdujeren males como la corrupción, la flojera y la mentira.

Entonces frases como “somos la cultura del diálogo” o “somos la reserva moral de la humanidad” comenzaron a multiplicarse. Dentro esta corriente, es posible identificar a David Choquehuanca quien aparentemente cree de verdad que los cambios transcurridos en la última década tienen por detrás una explicación profética y hasta esotérica. Esto se refleja en anécdotas como la del cambio del sentido del reloj de la Asamblea Legislativa.

Más allá de los cuestionamientos y reproches a las ideas del Canciller, considero que las mismas no han impactado significativamente en nuestra vida cotidiana y hasta se las puede tomar como inocentadas o distracciones. Tan así que en un futuro post-Evo bastaría contratar a un relojero para dar marcha atrás al péndulo de Plaza Murillo.

La segunda corriente sería aquella que ha aprovechado las ideas y creencias de la primera para ejecutar un plan mayor que consiste en construir el mito Evo Morales. Para ello se hace uso de la propaganda política que frecuentemente trata de convencer a la población que todo lo que hace el Presidente es histórico, casi mesiánico. Es por eso que se aprovecha cualquier evento para montar un espectáculo cuyo eje central es Evo. La Cumbre del Clima, el lanzamiento del satélite Tupac Katari, el G-77, las ceremonias en Tiwanaku, el Rally Dakar, etc. son el tipo de eventos que en otros países pasarían desapercibidos.

Hace unos años estuve en México mientras se desarrollaba la cumbre del G-20 que contó con la presencia de “pesos pesados” como Obama, Hu Jintao, Merkel y Putin. En ningún lado pude ver un aprovechamiento de la cumbre para posicionar la imagen del primer mandatario mexicano. Pasando los canales de TV solo encontré publicidad gubernamental relacionada con la inauguración de carreteras que en todo caso no mostraban al Presidente ni a ninguna otra autoridad como ocurre en Bolivia. Del mismo modo, el Rally Dakar en la Argentina no fue un evento que copó la atención de los medios de comunicación. Ni hablar del lanzamiento del satélite peruano Chasqui que no provocó fiesta popular alguna en Lima.

Asimismo, dentro esta corriente se ha buscado la polarización de la sociedad boliviana entre malos (karas, neoliberales, separatistas) y buenos (indígenas, movimientos sociales, masistas). El tener bien definido al enemigo y recordarlo continuamente se convirtió en una estrategia política vital para el MAS. Conceptos como “empate catastrófico” o “tensiones creativas” son fruto de esta corriente cuyo propósito final parece ser el perpetuar al régimen en el poder por mucho tiempo. Y es precisamente en este segundo grupo que durante buen tiempo se quiso inculcar la idea absurda de que los indígenas (representados por Evo) eran moralmente intachables y que el vestir poncho o chompa en desmedro del traje y corbata era una garantía de transparencia. El ser o no ser probo dependía de los genes o de la formación sindical. Una canallada que para desgracia del Gobierno y beneficio del sentido común se ha ido desmoronando en los últimos años.

Sucesivamente fuimos testigos de autoridades indígenas involucradas en delitos graves (como los casos de violación que comprometieron al Alcalde de Pocoata o al asambleísta chuquisaqueño Alcibia). Y recientemente nos vinimos a enterar que existía un Fondo Indígena que no era otra cosa que un mecanismo para comprar conciencias y enriquecer ilícitamente a dirigentes indígenas. Una versión plurinacional de los gastos reservados ni más ni menos. Nunca existió tal reserva moral de la humanidad salvo en las mentes de los Maquiavelos y Robespierres del Gobierno. Raza, nacionalidad, religión, cultura o género no determinan ni condicionan la integridad y calidad humana de las personas. ¡Se cayó la falacia y qué bueno que sea así! Que al menos esto haya servido como aprendizaje social.

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